miércoles, 7 de enero de 2009

Preñar el Silencio (2001)

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¿POR QUÉ LEER A VEGA?

POR JORGE ALBERTO PADILLA DÍAZ

Vega es uno de esos seres etéreos que pasan por ahí, precedidos, habitados, hablados y procedidos por el lenguaje. El lenguaje que a todos nos utiliza, en tanto bases biológicas, como vehículo para manifestar la cadena infinita de significantes, donde Vega transita en busca de significación.

“Nací para escribir”, nos dice, y busca la forma de atrapar una fracción de tiempo con una partícula de voz, aire, sonido y, finalmente, sentido. Sentido entre Eros y Thanatos, sentido.

Deseo de ser poeta, deseo de ser, ser de deseo, juego de palabras, esclavo del lenguaje. Deseo de trascender, de encontrar el eco que llene el vacío de la existencia con palabras, palabras plenas de significación.

“Aquí estoy”, nos dice, siempre en otras palabras, en su búsqueda permanente de la palabra que atrape en un instante un siglo de vida.

¿Por qué leer a Vega?

Porque cuando escribe invoca los fntasmas que lo atormentan y nos los devuelve convertidos en letras, letras que se amontonan, se ordenan, se desordenan, para decirnos, siempre en otras palabras, “soy poeta”, o “soy habitado por la poesía”.

¿Por qué leer a Vega?

Porque él quiere decirnos algo, y si no lo leemos estaremos evadiendo la responsabilidad de darle sentido a esa oportunidad que nos brinda de sancionar ese algo interno que es mucho y no es nada, hasta que cerremos el círculo del mensaje.

¿Por qué leer a Vega?

Porque él escribe para ser leído, para ser hablado, para ser escuchado.

Porque él escribe para Ser… Para Ser…

(Cuarta de forros de Preñar el Silencio, Editorial Narrarte, México, abril, 2001).

SELECCIÓN


ZOOLOGÍA POÉTICA

Before I sink
into the big sleep,
I want to hear
the scream of the butterfly...
James Douglas Morrison.

Esto es lo que entiendo:
Para ser poeta
tienes que convertirte en un animal,
adoptarlo como tema,
sin importar que sea el más deleznable,
el más traicionero, el más terrible,
el más salvaje, el más ponzoñoso,
el más desgraciado, el más ingrato,
el más amargo.

Conozco tantos poetas como animales.
Un cocodrilo, un tigre,
una zorra, una pantera,
un maxmordón
(no es un animal, pero como si lo fuera).
O puedes ser un dinosaurio,
una cebra o una llaga
(llaga dije, no llama, pendejos),
un animal con el costado herido.

Pero yo escojo ser el más ruin de todos,
del que todos huyen,
al que todos temen,
del que nadie habla,
el que al final se queda siempre solo.


TRANCE POETALCOHÓLICO Y DESCOYUNTADO
DESPUÉS DE LEER A EFRAÍN HUERTA

Ahora comprendo
por qué pluralizabas a las flores,
cocodrilo:
eras hijo de la ciudad del alba.
Nunca viste las acacias
pero pisaste San Juan de Letrán.
No conocías los alcatraces
pero hiciste letreros de asfáltica ironía.
No supiste distinguir a la azucena,
pero intuías que fuera del Metro
otra era la vida.

¿De qué más podías hablarnos
si te la pasabas construyendo barcos
en las playas del Acueducto,
sentado bajo la enramada de un poste,
mirando el vuelo de pájaros metálicos?

Nadie puede reprocharte tu ignorancia,
porque la poesía también está aquí,
en los alegres malabares infantiles,
en los monstruos que se arrastran,
en el vaivén de muchos senos,
en la presión lasciva de muchos miembros,
en cada ladrón de amaneceres,
en cada poeta pordiosero.


CANTO PARA ABLANDAR A LAS ROCAS

Pero yo sé su nombre:
roca, le digo,
y comienza a ablandarse.
Eduardo Lizalde.

No es fácil
hallar la orilla del canto,
la causa de tanta voz
rasgando la oscuridad.

Canto porque no entiendo.
Canto para entender.
Canto para no perder la voz.
Canto para no perderme.

No es fácil
hallar la razón del canto
cuando no hay más que sinrazón.

Canto para ensuciar las alboradas.
Canto para desmanchar el cielo.
Canto para acercarme a la punta de mis pies.
Canto para ganar el pasaporte a tu piel.

Canto para inaugurar las cosas,
como tu corazón, por ejemplo,
pero me hacen falta dientes
para ablandarlo y comerlo.

Ya está:
me hundiré en el silencio
para ver si así me escuchas.


TE HABLO DEL POETA

Escribir es alegre.
Uno puede escribir
alegremente que se va a suicidar.
Georges Perros
Voy a hablarte de un hombre
pero no de ése que escribe
con caligrafía palmer
y sueña a ser montaña
para tratar de conquistarte.
Te hablo de alguien
al que no le basta soñar
con ser montaña.
Él es la montaña.

Te hablo del poeta,
un ladrón, un forajido,
que sin vergüenza hurga en tus secretos.
Te hablo del poeta
que no renuncia a tu cuerpo,
al que le tiemblan las manos
cuando traza la agonía de tu perfil,
que muerde y ya no suelta
cuando lo tientas,
que se arrastra para lanzarse
desde el precipicio de tus senos,
el que más que tu esencia
desea la fragancia de tu centro,
que te sostiene la mirada
y puede morir bajo el peso de tus párpados,
el que blasfema y maldice
y al final se quedará siempre solo,
el que traicionaría a Dios
para descifrar el misterio rosado
al final de tu espalda.

El que recuerda todo
porque lo sabe todo.
El que no dibuja con luz
pues él es la luz.
El que no cree en señales
ni cambia tu nombre en la primera cita,
el que te conoce desde el principio
porque él ya era antes de ti.
El que hurta
y arranca vidas sin remordimientos,
el que habita en la soledad de tu cuaderno.

Te hablo del poeta,
el hombre con hambre de nombre,
el ser más desgraciado,
que medra, se arrastra,
traiciona y se agazapa.
El que no tiene amigos
ni te tiene a ti.
el que sólo tiene palabras
para sobrevivir,
aunque las palabras no sirvan de nada.


DE LA DESNUDEZ

Espero la noche para instalarme
en la placidez desbordada de tu vientre.

No te descubras.
Déjame palpar tus ganas.
Extraviar el tiempo,
sentir cómo huye sin remedio.

No me arrojaré a tu abismo
hasta que despliegues tus alas
y decidas ahogarte en mi vacío.

No hables.
Déjame afilar mi oído
y atrapar tu silencio,
saciar mi cuerpo,
perdido,
alucinado,
vivo.


RECUERDO FALLIDO

Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio.
J.M. Serrat

Sin ánimo de conquistar vidas nuevas
entro en la tuya y la poseo
como si no me bastara una.
En el desorden de tu bolsa,
hallé dedicatorias olvidadas
Ahora conozco su rostro perplejo,
pero sólo sé parte de sus muchos nombres.
Hay en tu ventana otro amanecer,
otros cuerpos amándose trenzados,
en otro tiempo de sinónimos.

No te imagino junto a mí
con ese colgajo a cuestas.
Llenaré páginas con las letras de tu nombre,
con la forma de tus senos,
con tu sonrisa que recuerdo
para no trizarme en llanto.
Culparé al mundo
por haber llegado tarde a tu pasado.


DESDE LA BAHÍA DE LA MUERTE

Un sombrero verde flota
sobre la bahía de la muerte.
Una mujer madura se levanta la falda
y desaparece en las fauces del agua.
A nadie le importa.
Nadie trata de salvarla.
Rostros fanstasmas
se enguajan el sudor de las olas.
En esta bahía
forjada por infinitas glaciaciones
los marineros no saben nadar.

El sombrero verde sigue flotando.
El sol de la tarde escudriña el mar
y yo pienso en los amigos
que dejé al otro lado del Atlántico.
Pienso en mi país
donde los monjes adoran sus jardines y
las cabras se comen los claveles rojos,
donde las niñas de cabellos largos,
libres y al viento,
arrancan al aire soledades nuevas.
Pienso en la nueva esposa que voy a tener y
en las esposas que pude haber tenido.
A todas se las tragaron las fauces del agua.
Es mi cuerpo el que flota
bajo el enmohecido sombrero verde.


EL MAR Y SUS MUROS

Todos nacemos iguales
Entre los muros paralelos
De esta ciudad
Que nos separa del mar
De nosotros mismos
Que nos alejan de los otros
Pese a estar tan solos

El mar me llama
Tengo que ir
Llenarme de olas
Y beberlo todo

Quiero ser el mar
Inabarcable
Y llover sobre ti
Escurrirme entre tus muslos

Tú eres el mar
Recién lo descubrí
Tu sexo
Una estrella marina
Una profundidad
Donde busco ahogarme

Somos el mar
Uno solo
Imposible y cierto
Nada más el mar